FOO FIGHTERS – MEDICINE AT MIDNIGHT (2021)
Pocas agrupaciones en la historia del rock, pueden presumir de una trayectoria
tan vertiginosa y positiva como la de Foo Fighters. Surgidos de las
cenizas, luchando a todo vigor por hacerse de un lugar, que sin duda, se
edificó gracias a la simpatía y brío resplandeciente de sus canciones.
¿Quién ha podido resistirse a la tentación de gritar a todo pulmón con Best
of You? Sentir su corazón y entrañas derritiéndose al primer embate de
Everlong, disfrutado de las guitarras, voz, batería y teclados, que siempre
presentan Dave Grohl, Nate Mendel, Taylor Hawkins, Chris
Shiflett, Pat Smear y Rami Jaffee.
Desde hace varios años, la agrupación localizó la fórmula ideal para su
música, realizando discos que sirven como pretexto para continuar vigentes en
las transmisiones radiales y listas de popularidad, salir a giras extensivas
alrededor del globo, lo que claro, deja llenos sus bolsillos. Porque bien,
Wasting Light significó uno de los puntos más altos en su trayectoria, aunque Sonic
Highways, siendo un álbum pasable, supuso un bache que casi les cuesta el
carril.
Aunque los errores, sean los menos, tampoco están sujetos a un olvido tan
veloz. Si bien el plato anterior Concrete & Gold de 2017, satisfizo a un
sector importante, a otros les dejó un trago agridulce, sintiéndose más como la
transición hacia un nuevo sonido, donde el carácter melódico fungiera como
principal eje para diversificarse.
Medicine At Midnight es la representación en forma, de esa semi
mutación de sonido, un acercamiento armónico que para efectos de las canciones
que lo conforman, se vistió con una vertiente más rítmica, aunque no del todo
completa. Salido a la venta el 5 de febrero de 2021, fue pospuesto prácticamente
un año. Por comentarios que Grohl
y Hawkins realizaron el año pasado, este trabajo sería su equivalente al
Let´s Dance de David Bowie, adicional de adjetivarlo como un “álbum de
fiesta para el sábado por la noche”. Con semejantes atribuciones, ¿Qué podíamos
esperar? Tal vez un goce estrafalario de nuevos ritmos, espaciosos, en pos de
una exploración aún más palpable hacia el dance rock.
La producción corrió a cargo nuevamente de Greg Kurstin, quien
resulta un veraz músico y compositor de tonaditas pop, además de producir a un
monstruo contemporáneo como Lady Gaga. Parte de su quehacer, fue orientar
las nuevas canciones de Foo Fighters para generar una brecha definitiva
con el pasado, intentando modular los ataques guitarreros, barbaros y
cadenciosos, por una polirritmia que se atora pálidamente, utilizando artificios
sonoros que rara vez funcionan y por el contrario, estorban.
Tenemos una apertura “digna” con Making a Fire que agrega los típicos riffs marca de la agrupación, aunque deja paso a una serie de coros poco climáticos. Por lo demás, tenemos guitarras fuertes, un Grohl farfullando con rijosidad sus letras y una sección rítmica contundente.
Shame Shame es el ejemplo engañoso de su aparente transformación, presentando polirritmia desangelada que da paso libre a guitarras circunspectas y teclados que enarbolan una atmósfera nocturna de influjo pomposo. Si bien la podemos mencionar como pieza cumplidora, requiere más de una escucha para adentrarse hacia su lóbrego cometido.
Cloudspotter cabalga entre una marcha sinuosa y acelerada, estallando en un coro efectivo de guitarras potentes y un desempeño rítmico nada desdeñoso. Waiting on a War es la balada AOR infaltable. Con una letra de tonalidad política, tenemos a ese Grohl trovador que a estas alturas, resulta empalagosamente pretencioso: cantando con su guitarra acústica, acerca de un temor palpable por la guerra termonuclear, creciendo económicamente hasta empujar con todos los instrumentos en su sección final, recurso efectista en álbumes anteriores, pero aquí, resulta gastado y carente de fuerza.
Holding Poison es otro de los puntos altos del disco, echando mano de guitarras veloces, percusiones enardecidas y algunos ritmos que rebosan de energía, su coro envuelve con despabilada centella, adicional de una cuando menos curiosa, sección media donde el solo de guitarra corre despavorido y apenas logra hacerse escuchar encima de coros frenéticos que lamentablemente, estorban. Chasing Birds se tiñe de una esencia muy de John Lennon: cama de sintetizadores atmosféricos, guitarras acústicas y pose de sencillez vestida con vocales melódicas, decantándose con ritmos preciosistas, que dependiendo el estado de ánimo del escucha, resultan efectivos o desechables.
La conclusiva Love Dies Young acelera
de nuevo con energía, riffs luminosos y percusiones alegres muy a la Coldplay,
sin llegar a un punto meloso. No resulta mal, pero falla en cohesión para con el
resto del álbum.
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