ECHO & THE BUNNYMEN – HEAVEN UP HERE (1981)
En toda categoría o género musical, existen figuras cuya relevancia las transforma
en emblemas y rostros que, dotados con tribulaciones al por mayor, son pináculo
de movimientos culturales que trascienden más allá de la música, impregnando con su actitud
y forma de pensar, a una base sólida de fanáticos embebidos por la fastuosa
imagen de un líder.
El post punk no estuvo exento. Contando una galería integrada por John Lydon, Ana da Silva, Mark Stewart, Andy Gil, Ari Up, Genesis P-Orridge, Mark E. Smith y Peter Murphy, personalidades excéntricas que confabularon una gama enrarecida de sonidos, textos e imaginería resultante de la dicotomía de lo apolíneo y dionisíaco, gestando una nueva especie de filosofo contemporáneo que dota con gracia el tiempo que dedicamos a escuchar sus obras. Sí bien, una sacrosanta peculiaridad en su método de composición experimental, fue la búsqueda por instaurarse en un punto geocéntrico entre disrupción y vanguardia, abrigaron un ánimo tremebundo por la oscuridad, el caos, la hecatombe de la sociedad que implosiona por su precaria gestión de la vida. Muchos estuvieron sumergidos hasta la coronilla de semejante fragilidad, del reclamo y la exaltación de una hipotética devastación. Sin embargo, también existió una engañosa ambivalencia entre imágenes diáfanas y esa nocturna complejidad de desamparo. Ahí radica la grandeza de Echo & the Bunnymen.
Los integrantes del cuarteto, el baterista Peter de Freitas, Les
Pattison en el bajo, el genial guitarrista Will Sergeant y claro, la
figura solercia del cantante Ian McCulloch, consagraron en su primer opus,
el alucinante Crocodiles (1980), un sonido que escapaba de las
atmósferas más densas para instaurarse en una especie de divergente psicodelia.
Si bien, este primer trabajo tiene mucha similitud con el propio de U2, fue motivo suficiente para que los medio y fanáticos
enemistaran ambas agrupaciones, y más, siendo unos escoceses y los otros
irlandeses. Sin embargo, los Bunnymen, más que puritanos admiradores de Joy
Division, estuvieron más direccionados hacia el fulgor lustroso de Television, adicional de la respectiva influencia sesentera de The Velvet Underground
y The Doors.
Su segundo esfuerzo discográfico
trajo nuevas cúspides artísticas a expresar, a través de un sonido mucho más espeso. Con una expectativa mucho
más soul en mente, las composiciones del plato parecen una respuesta
consecutiva a la negrura ominosa en Closer de Joy Division, aunque con cierta
negativa a dejarse arrastrar por el sentimiento más profundo de desdicha, volcando hacia un espectro luminoso, y a diferencia de Ian Curtis
o del mismo Jim Morrison, en McCulloch era perceptible un
dejo de entusiasmo, ingenuidad e inocencia.
Es innegable la calidad y hondura exquisita de Heaven Up Here, ya desde su portada, la cual indirectamente nos informa de qué va el álbum. La pieza de apertura Show the Strength destila una sensación de misterio y arrojo en sus percusión diligente, línea de bajo hipnótica y guitarra cíclica de Sergeant, la cual ondula entre el desempeño dramático de McCulloch tras el micrófono, atacando abrasivamente algunos aspectos que afectan y embarnecen la esencia humana: hipocresía, traición, recelo.
With A Hip mantiene opacas las melodías con cierto escarnio desesperado, encumbrando una rítmica asertiva; porque sí bien, se observa el cielo en pleno amanecer, la mirada continua hundida en la lobreguez nocturna. Over the Wall arremete con arreglos fúnebres desde un discreto sintetizador, sección rítmica galopante y vocalización apasionada, consintiendo un derroche de riffs extraviados que intencionalmente se sitúan entre los más cauteloso y sangriento del gótico.
It Was A Pleasure repercute entre una dinámica entrecortada que divaga entre Gang of Four y The Cure, ennegreciendo la perspectiva y el ánimo. A Promise desglosa un ánimo pop que no pretende ser ligero, McCulloch desborda todo el rigor de su barítono entre dolidos alegatos, mientras la guitarra de Sergeant se desviste fantástica y diversa. Excelente línea de bajo, colmada y melódica, además de la batería gigante de Freitas.
La homónima Heaven UpHere chorrea psicodelia a través de su enardecida sección rítmica, guitarra enmarañada y fúrica, además de su fantástico caos vocal, cuya letra, se vuelve una fascinante yuxtaposición de imágenes oníricas que parecen condenadas a la extinción. La breve The Disease continúa la tensión, con un rasgueo circunspecto de guitarra y McCulloch esgrimiéndose entre efectos fantasmales. All My Colours arranca con una marcha tribal de percusiones post punk, grandes ganchos pop y pinceladas medievales de guitarra acústica que ennegrecen el éter de por sí pesimista, gozando de extrañeza, melancolía y poderío vocal.
No Dark Thigs pretende desligarse de la oscuridad del corte anterior, consolidando transparencia cuando McCulloch declama que en ellos no se alberga ninguna cosa oscura. Dueña de ritmos moderadamente velados, muy al estilo de The Waterboys, en una excelente soltura que brinca hacia el frenesí e influenciando a muchas bandas durante los ochenta, incluyendo a R.E.M. y Pixies. Turquoise Days es un tema brillante que aumenta en intensidad, golpeando los instrumentos en una épica modulación de post punk, pop y juvenil psicodelia. McCulloch vuelve a lucir con autoridad, gracias a su talento nato de expresar angustia y desesperación. La gloriosa All I Want cierra el álbum con magistral factura desatando un dramático embate de sonidos enrarecidos e imágenes que deambulan entre la intensión de denunciar lo que se desea por el hecho desnudo de hacerlo.
Consolidándose como una banda colmada de maravillas, sin duda se trata de una agrupación que merecía más de lo que obtuvo. Heaven Up Here es un trabajo espeso, contrariado y magnifico, refulgente como pocos platos, y los sucesos más desgraciados del existir.
Tracklist:
1.- Show the Strength
2.- With a Wip
3.- Over the Wall
4.- It was a Pleasure
5.- A Promise
6.- Heaven Up Here
7.- The Disease
8.- All My Colours
9.- No Dark Things
10.- Turquoise Days
11.- All I Want


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