MILES DAVIS – BITCHES BREW (1970)

 



Cuando se piensa que todo está dicho y/o escrito, ¿Hacia dónde virar? Durante un largo tiempo, la composición de ideas que se registraron en papel, ya fuesen notas musicales, relatos o poesía, había significado un modelo a seguir ininterrumpido, un proceso casi totalitario de realizar las cosas, una caja cerrada con candado. Pero qué pasaba con aquellas consciencias insatisfechas con semejante práctica, mismos que desean y necesitan ir más allá de lo anteriormente establecido. Miles Davis es ejemplo perfecto de la aseveración anterior.

Rememorando un poco de historia, Davis formó parte de la banda jazzística de Charlie Parker, desligándose poco después, para seguir su propio rumbo y formar sus propios cuartetos y quintetos. Grabando material legendario (´Round about Midnight y Kind of Blue) mediante integraciones musicales consideradas como blasfemias, al entremezclar géneros poco cercanos al jazz, como flamenco e instrumentos de corte eléctrico para experimentar durante la segunda mitad de los años sesenta. Entonces, resultó un hecho insólito: el rock n´roll había acoplado guiños de blues y jazz en su dinámica y progresiones, pero jamás del jazz desde su propia vena lo había considerado, ni siquiera música seria. Davis viró su perspectiva acerca del rock n´roll, de ser una moda musical vana y escandalosa, a una suerte de empoderamiento radical que incorporaba nuevos causes de experimentación, búsqueda espiritual y filosófica, en ejemplos plausibles de marcado virtuosismo como Jimi Hendrix, con quien buscó colaborar, siendo la principal causa que nunca se llevara a cabo su acoplamiento, la muerte de este último.



Posterior a lanzar álbumes donde el hard bop y el post bop se manifestaban de formas radicales (Miles in the Sky, Nefertiti, Sorcerer), el ánimo exhaustivo por innovar llegó con el brillante In a Silent Way, primer esfuerzo esencial de fusión, incorporando a la estructura de piano eléctrico/órgano, bajo y batería, adicional a la trompeta y saxofón, la guitarra eléctrica de John McLaughlin

Para Bitches Brew, el colectivo de músicos alcanzó los 13 miembros. Personalidades en los que se cuentan el mismo Davis, Wayne Shorter en el saxofón, el mencionado John McLaughlin, Don Alias, Chick Corea, Larry Young, entre otros, incorporaron un motivado apocalipsis sonoro con clarinetes, congas, tres pianos eléctricos, tres baterías y dos bajos, uno eléctrico y uno contrabajo. 



Fluyendo entre lo desconcertante y lo psicodélico, el plato se lanza con arrebato a través de Pharaoh´s Dance, un galope que procura un ascenso discreto, pudiendo describirse tal como una suerte de aliento que se esgrime desde lo profundo de los pulmones durante una danza de coste milenario: entre el destello insoldable de una pira y dinámicas exorbitantes de la música divergente entre lo místico y terrenal. Llena con efectos subversivos agenciados en el estudio de grabación, la pieza es un mérito enorme, no sólo por su duración de veinte minutos, sino por su estética musical inspiradora. Bitches Brew repercute en forma de fusión longitudinal, un certero experimento de improvisaciones que no son tales, sino cálculos bien racionalizados y aprendidos, a sazón del esfuerzo interpretativo calzado desde algún impulso salvaje presente en el corazón, la máquina jamás desdeñosa del arrebato artístico. Arrojando potentes chiflas de trompeta sazonadas con ecos tempestuosos, la atmósfera fluye hacia el rugido de las baterías y demás instrumentos que se acercan peligrosamente al sonido descarriado del rock. Los casi veintisiete minutos, si acaso, resultaron los más deliciosos y delirantes en la carrera de Miles Davis, hasta ese momento.


La segunda mitad del álbum comienza con Spanish Key, donde la batería de Jack DeJohnette es el hilo conductor, en tanto los pianos eléctricos, el bajo y guitarra resplandecen con extenuante salvajismo. Bernie Maupin impone una sinuosidad casi homicida, un halo misterioso que flota en la superficie de caos empoderado, el bajo de Dave Holland supura bestialidad y la trompeta irrumpe puntualmente aderezando la atmósfera, con su esencia centrifuga. Cabe recalcar el inspirado solo de guitarra, enardeciendo misterioso lo cual instruye cierta voluntad funk a la ferocidad de la pieza.

Mientras que la siguiente canción, John McLaughlin, donde el mismo Davis no interviene, resulta la más corta del álbum. Los instrumentos se despliegan a través de una base jazzística, ágil como amena, permitiendo a la guitarra intervenir y enmarcar los momentos, como si fueran fotografías instantáneas. 

Seguida llega una de las piezas más emocionantes del álbum, Miles runs the Voodoo Down, cocinándose lenta e hipnótica, sinuosidad aparte, este es un fulgor de compases cadenciosos, un acercamiento preciso al jazz latinizado, integrando congas y percusiones de Jumma Santos, destilando una conversación sensible y pegajosa entre la trompeta y la guitarra. Es un enlace bravo de preciosas derivaciones y frenéticos cambios, los pianos eléctricos de Corea y Joe Zawinul endulzan con su profundidad confeccionada de diamantes. 



La pieza final Sanctuary, no es menos escasa que las anteriores. Aunque relajada y extrañamente bella, de se acerca al punto de la balada, si no fuese por las breves explosiones de los instrumentos que emergen como llamaradas intensas. La trompeta resuena majestuosa, como alarma que se ha desatado, brillante y compleja en luminosidad segmentada por las sombras de un ocaso experimental. Las ordenes fueron siempre dictadas por el mismo Davis a todos los músicos, señalándoles cuando intervenir.

Miles Davis consideró manejarse como un director de orquesta, de actitud acérrima y juiciosa, de hecho, su voz es audible durante los desplantes más prominentes de todas las piezas que conforman una de las más grandes obras del Jazz de vanguardia.   


Tracklist:

1.- Pharaoh´s Dance

2.- Bitches Brew

3.- Spanish Key

4.- John McLaughlin

5.- Miles Runs the Voodoo Down

6.- Sanctuary


Álbum completo en YouTube y Spotify 🎷💥

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